El Secreto

El secreto habita en la intimidad y, a su vez, son los propios secretos los que habilitan la existencia de esa intimidad. Tener un secreto, guardar algo para sí, es preservarse del mundo. Es conservar un lugar para estar solos, para escuchar y sonreír frente a nuestras grandilocuencias, lamentar nuestras miserias, enfrentarse a las tibiezas evitables.
Los secretos — como las lecturas y como tantas otras cosas— ayudan a construir la identidad, a desafiarla, incluso a soportar el peso del silencio que se impone sobre lo que no puede contarse, eso sobre lo que no es posible poner palabras que se pronuncien en voz alta.
En La mujer invisible, esa hermosa película que retrata a Charles Dickens, dicen: Hay un secreto en cada uno. La existencia es un secreto. (…) Un hecho maravilloso para reflexionar es que cada criatura está conformada para ser ese secreto y misterio profundo para los demás.
Pero no todos los secretos tienen ese vértigo interior, privado. Hay de otro tipo, los que se comparten, los que superan los vínculos de quienes se lo cuentan para convertirse en cómplices y al mismo tiempo, en posibles traidores. Pueden unirnos o separarnos definitivamente. Contar un secreto es desafiar la lealtad. Escuchar el secreto de alguien nos devuelve una imagen sobre quiénes somos para el otro, nos invita a preguntarnos ¿por qué a nosotros?, ¿qué haremos con esto? Lo que sin duda es cierto es que si dos o más personas comparten un secreto, padecen o gozan una especial proximidad.
Hay otro tipo de secretos, los anticipatorios. Los que no revelan lo que sucede si no lo que va a suceder, como en la escena de Un secreto:
-Se miran como si hubieran hecho algo.
-Pero no hicieron nada.
-Entonces se miran como si acabaran de hacerlo o como si fueran a hacerlo en un futuro.
Pienso que los secretos se guardan en los ojos, si uno mira bien a alguien, si es atento a su mirada puede saber en dónde le duele ese secreto, porque suele traer dolor aquello que no puede compartirse, aunque hay secretos de triunfos íntimos, incontables batallas ganadas como la de alcanzar un colectivo, llegar a tiempo a donde creímos que llegábamos tarde, ser los elegidos para tomar un café. Esos mínimos secretos que nos hacen mejores o más fuertes o más felices, pero que de cualquier modo, nos proporcionan algo de alegría, ese valor tan humano y tan difícil de lograr.
No creo en la idea “no hay secretos entre nosotros”. Como escribió Isabel Croixet, desde el momento en que tenemos una vida interior, tenemos una doble vida. Es algo así: nos desdoblamos, tenemos pensamientos inconfesables, nos da gracia y pena todo lo que somos capaces de imaginar y ni nos atreveríamos a pronunciarlo. Nos dignifican los secretos que sabemos guardar, y también nos dignifican aquellos que vamos a contar no porque nos quemen, sino porque de no contarlos, algo más importante que nosotros mismos puede arder o disolverse.

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